domingo, marzo 05, 2017

Siete poemas de Jaime Luis Huenún


Bandadas de sicarios
rodearon mi edificio.

Bajaron en sus motos
del Cerro de la Cruz.

Miré yo la llovizna,
los autos, los caminos,

las ávidas pupilas
de un pálido gorrión.





No le pidan más dinero a la poesía,
no más viajes y subsidios, no más luces;
ya la pobre se ha quedado en bancarrota,
ni una papa encontrarán en su alacena.
Déjenla que se vaya por el mundo,
toda coja, toda enclenque, toda seca,
vieja, sola y afirmada en su bastón.
Se acabó la bonanza, proxenetas,
oh, malditos desleales, azulosos
y barbudos palabreros del montón.





En sellada vasija de formol
enviamos la cabeza de Atahualpa
a tu nuevo domicilio.
La robamos al clan de Montesinos
que mercaba en la frontera
las reliquias del imperio.
¡Pobre diablo, loca y triste
sabandija de altiplano!
Un marrano de la selva vale más
que sus viles palabras
y sus pactos.
Ahora es tuya la cabeza del inca degollado.
Ahora es tuya su mirada,
su vencida y larga cabellera
sin afeites ni cintillos
que delaten su abolengo.
No la vendas a los yanquis
o a los ávidos huaqueros colombianos.
Ese cráneo es más valioso
que la ampolla de morfina
que te inyectas por las noches.
Guárdala de los rateros y las moscas
que hacen nata en la choza donde vives.
Un gobierno carnal en el exilio
crecerá sin fin de esa cabeza.





Vivir en Ciudad Fanon no era más
que vaciarnos de sudor y de memoria.
Era ir los viernes por la noche
a los tambos cuzqueños olvidados
y mercar allí, sin dios ni ley,
los poderes infinitos de la coca.
Con los chasquis bebíamos cachaza
de favelas sitiadas por la DEA.
Escribíamos después en las murallas:
"Your name is puta$, your name is OKAZO".





Seguimos el Sendero Luminoso
convocados por los apus
de los cerros de Ayacucho.
Nos armamos con los rifles de Guzmán
y huaracas que tejimos
con pulido cuero andino.
En la sierra se unieron a nosotros
tribus campas, gente quechua
y unos vagos morenos amazónicos
que debían varias cuentas a la ley.
Nos barrieron en El Yuro sin piedad,
y dejaron nuestros cuerpos
al arbitrio de las moscas,
al regalo de los buitres.
Desde entonces caminamos sin destino
por los guetos y las ferias
de los zambos cimarrones.
Y en las noches robamos las monedas
a la sucia y fea fuente
de las viejas utopías.





No hay quizá nada peor
que el que busca fama y gloria
escribiendo poesía.
Superado sea tal vez por petimetres
que se excitan con la destrucción del mundo,
contemplándolo gozosos
en modernas obras de arte.
Pero no, no hay quien alcance
al rapsoda insatisfecho
que nos lee en alta voz
sus ardientes manuscritos.
Convencido de su tono,
del olímpico fulgor de sus palabras,
se diría que está listo
para un sitio distinguido
en la morgue luminosa
de la eternidad.





Los árboles y los poemas pasarán
sin una pizca de pena,
sin ni un asomo de gloria,
así como pasan ahora
las muertas, veloces estrellas
en la noche infalible
de un desierto polar.





Jaime Luis Huenún
La calle Mandelstam y otros territorios apócrifos
Fondo de Cultura Económica, 2016.

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